sábado, 29 de agosto de 2015

Bautismo marroquí

Apenas cruzamos uno de los tantos arcos que hace de entrada a la Medina (“ciudad vieja”) de Tanger (Marruecos) sentí que los cinco sentidos se me reactivaron de golpe, como si un viento fuerte me hubiese pegado de lleno en la cara y me hubiese despertado de un letargo. Me vi a mí misma de lejos, extranjera, con mochila, parada en medio del movimiento, la gente y los colores de una ciudad africana/árabe. En Tanger. En Marruecos. En África. EN ÁFRICA. Hacía menos de dos horas estábamos en España, en un pueblito con un ritmo muy tranquilo y un ambiente muy silencioso… y de repente bajamos del barco y caímos en una ciudad marroquí enloquecida, en un lugar que fue elegido por varios escritores de la generación Beatnik para vivir y para escribir y que inspiró obras literarias famosas como El cielo protector de Paul Bowles. ¿Qué los habría enamorado de Tanger? Pero, sobre todo, ¿cómo podía ser que dos mundos tan distintos estuvieran a tan pocos kilómetros de distancia?. Luego de venir de unos días de veranear por la hermosa Costa del Sol, de lugares como Málaga, Granada, Marbella,  Benalmádena, Torremolinos, Fuengirola, entre otros pueblitos que fuimos descubriendo entre rutas españolas.Nuestra última parada en España fue el sur de Andalucía, al mediodía nos fuimos caminando al Puerto de Algeciras (todo queda cerca) y sacamos pasaje para el siguiente ferry a Tanger. 35 euros por un viaje de aproximadamente una hora, con mar picado y bolsita para el mareo (por si acaso) incluidas. Y antes de que nos diéramos cuenta, ya estábamos en el norte de África. Marruecos es uno de esos países “polémicos” de los que me dijeron muchas cosas. Los que nunca viajaron a Marruecos me repitieron con voz de alerta: “Tené cuidado, mirá que eso no es Europa”, “No te separes, anda siempre en grupo y no vayas sola, es peligroso”, “Marruecos es un país jodido (difícil)”. Los viajeros que ya estuvieron me aseguraron: “¡Te va a encantar!” (con miradas que denotaban envidia y ganas de volver), “Los marroquíes son muy hospitalarios y simpáticos” y “Te van a querer vender lo que sea y como sea, así que prepárate para el acoso”. Los marroquíes que conocí en España (hay muchos que están trabajando ahí) me ayudaron a armar una ruta de viaje (todavía guardo los mapitas que me improvisaron en servilletas), me dieron varias recomendaciones y me dijeron: “Mi país es bellísimo, pero ten cuidado de que no te engañen, ya que hay muchos marroquíes que buscan aprovecharse de los turistas”. ¿Por qué será que si digo que me voy a Europa todos dicen “ay qué lindo” y si digo que voy a África me dicen “tené cuidado”? Si al fin y al cabo hay gente mala en todos lados. Yo creo que cuanto más distinta es la cultura, más nos genera esa sensación de “peligro inminente”. En fin…Salimos del puerto de Tanger sin saber muy bien para dónde caminar, pero con un objetivo claro: encontrar la Medina (la parte histórica de Tanger) y quedarnos ahí. Se nos acercaron algunos taxistas y guías (“oficiales” y no oficiales) que nos ofrecieron llevarnos a pasear. Todos hablaban español y con un No, gracias fue suficiente para que pasaran a otra cosa. Finalmente aceptamos que un guía nos acompañara hasta la entrada de la Medina (que estaba a pocas cuadras) y, después de aprender unas expresiones básicas en árabe (como la shokran que significa “no gracias” y salam, el saludo tradicional que significa “paz”) salimos a perdernos por la Medina.Creo que los habitantes de la Medina de Tanger deben estar cansados de ver tanto extranjero boquiabierto y sacando fotos a lo loco. Uh, ahí viene otro que acaba de bajar del barco, pensarán. Pero es inevitable no sentir asombro, éxtasis y (en mi caso) una sensación de familiaridad ante la vida cotidiana de los marroquíes. De repente empecé a ver colores que hacía tiempo no veía en las paredes de las casas: rosa, turquesa, amarillo, salmón, verde manzana. Sentí olores y sonidos (el aroma de las especias, los bocinazos, la música, los saludos, las motos, el llamado a rezar de las mezquitas). Presencié esa costumbre de realizar los oficios en las calles, vi peluqueros, vendedores, zapateros, talladores trabajando a puertas abiertas. Los mercados y el regateo. La comunicación mediante la sonrisa y los gestos. Esa facilidad para entablar conversaciones con desconocidos a cada paso. Eso de sentir que “todos están para la foto” (con esos fondos y esa ropa, Tanger es como un set de fotografía). Esa cultura de la calle que tanto me gusta. Si bien sabía que estaba en África, me sentía más cerca de Indonesia (por la cultura musulmana), de Asia (por la vida callejera) y de Medio Oriente (por la cultura árabe).Caminamos por la Medina hasta que empezó a hacer frío, era invierno y cuando baja el sol el frío se siente mucho (Marruecos es un país frío con un sol fuerte, aunque me dijeron que en verano no se puede estar afuera por el calor que hace). Subimos y bajamos escaleras, nos perdimos por el laberinto de callecitas angostas, nos cruzamos con gallos y gatos, con chicos jugando al fútbol, con hombres vestidos con su djellaba (una túnica típica con capucha), con mujeres, sus velos y sus vestimentas largas. Las mujeres y las chicas nos sonreían. Los hombres me miraron con curiosidad (algunos con demasiada curiosidad, hasta que lo vieron a mi papá cerca y desistieron). Algunos aceptaron posar para las fotos y otros se negaron rotundamente (las reacciones son bastante extremas: o les encanta que les saques fotos o se enojan si ven una cámara). Muchas personas nos hablaron en la calle: “¡EEEh! ¡Españoles!”, “No, argentinos”, “¡Ohh, argentinos! ¡Maradona! ¡Che! ¡Messi!”. Varios quisieron vendernos cosas pero no fueron muy insistentes.Volvimos a España a eso de las 8 pm y me pasó algo que hacía tiempo no me pasaba: me quedé profundamente dormida a las 9 de la noche, levanté la cabeza a eso de las 11 pero no pude moverme, tenía una somnolencia demasiado fuerte así que seguí de largo hasta las 9 de la mañana siguiente. Dormí más de 12 horas, agotada de tantos estímulos, como si cada uno de mis sentidos necesitara horas extra de descanso para recuperarse de todo lo que había visto, olido, escuchado y vivido durante mi excursión a Marruecos.

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