sábado, 29 de agosto de 2015

Bautismo marroquí

Apenas cruzamos uno de los tantos arcos que hace de entrada a la Medina (“ciudad vieja”) de Tanger (Marruecos) sentí que los cinco sentidos se me reactivaron de golpe, como si un viento fuerte me hubiese pegado de lleno en la cara y me hubiese despertado de un letargo. Me vi a mí misma de lejos, extranjera, con mochila, parada en medio del movimiento, la gente y los colores de una ciudad africana/árabe. En Tanger. En Marruecos. En África. EN ÁFRICA. Hacía menos de dos horas estábamos en España, en un pueblito con un ritmo muy tranquilo y un ambiente muy silencioso… y de repente bajamos del barco y caímos en una ciudad marroquí enloquecida, en un lugar que fue elegido por varios escritores de la generación Beatnik para vivir y para escribir y que inspiró obras literarias famosas como El cielo protector de Paul Bowles. ¿Qué los habría enamorado de Tanger? Pero, sobre todo, ¿cómo podía ser que dos mundos tan distintos estuvieran a tan pocos kilómetros de distancia?. Luego de venir de unos días de veranear por la hermosa Costa del Sol, de lugares como Málaga, Granada, Marbella,  Benalmádena, Torremolinos, Fuengirola, entre otros pueblitos que fuimos descubriendo entre rutas españolas.Nuestra última parada en España fue el sur de Andalucía, al mediodía nos fuimos caminando al Puerto de Algeciras (todo queda cerca) y sacamos pasaje para el siguiente ferry a Tanger. 35 euros por un viaje de aproximadamente una hora, con mar picado y bolsita para el mareo (por si acaso) incluidas. Y antes de que nos diéramos cuenta, ya estábamos en el norte de África. Marruecos es uno de esos países “polémicos” de los que me dijeron muchas cosas. Los que nunca viajaron a Marruecos me repitieron con voz de alerta: “Tené cuidado, mirá que eso no es Europa”, “No te separes, anda siempre en grupo y no vayas sola, es peligroso”, “Marruecos es un país jodido (difícil)”. Los viajeros que ya estuvieron me aseguraron: “¡Te va a encantar!” (con miradas que denotaban envidia y ganas de volver), “Los marroquíes son muy hospitalarios y simpáticos” y “Te van a querer vender lo que sea y como sea, así que prepárate para el acoso”. Los marroquíes que conocí en España (hay muchos que están trabajando ahí) me ayudaron a armar una ruta de viaje (todavía guardo los mapitas que me improvisaron en servilletas), me dieron varias recomendaciones y me dijeron: “Mi país es bellísimo, pero ten cuidado de que no te engañen, ya que hay muchos marroquíes que buscan aprovecharse de los turistas”. ¿Por qué será que si digo que me voy a Europa todos dicen “ay qué lindo” y si digo que voy a África me dicen “tené cuidado”? Si al fin y al cabo hay gente mala en todos lados. Yo creo que cuanto más distinta es la cultura, más nos genera esa sensación de “peligro inminente”. En fin…Salimos del puerto de Tanger sin saber muy bien para dónde caminar, pero con un objetivo claro: encontrar la Medina (la parte histórica de Tanger) y quedarnos ahí. Se nos acercaron algunos taxistas y guías (“oficiales” y no oficiales) que nos ofrecieron llevarnos a pasear. Todos hablaban español y con un No, gracias fue suficiente para que pasaran a otra cosa. Finalmente aceptamos que un guía nos acompañara hasta la entrada de la Medina (que estaba a pocas cuadras) y, después de aprender unas expresiones básicas en árabe (como la shokran que significa “no gracias” y salam, el saludo tradicional que significa “paz”) salimos a perdernos por la Medina.Creo que los habitantes de la Medina de Tanger deben estar cansados de ver tanto extranjero boquiabierto y sacando fotos a lo loco. Uh, ahí viene otro que acaba de bajar del barco, pensarán. Pero es inevitable no sentir asombro, éxtasis y (en mi caso) una sensación de familiaridad ante la vida cotidiana de los marroquíes. De repente empecé a ver colores que hacía tiempo no veía en las paredes de las casas: rosa, turquesa, amarillo, salmón, verde manzana. Sentí olores y sonidos (el aroma de las especias, los bocinazos, la música, los saludos, las motos, el llamado a rezar de las mezquitas). Presencié esa costumbre de realizar los oficios en las calles, vi peluqueros, vendedores, zapateros, talladores trabajando a puertas abiertas. Los mercados y el regateo. La comunicación mediante la sonrisa y los gestos. Esa facilidad para entablar conversaciones con desconocidos a cada paso. Eso de sentir que “todos están para la foto” (con esos fondos y esa ropa, Tanger es como un set de fotografía). Esa cultura de la calle que tanto me gusta. Si bien sabía que estaba en África, me sentía más cerca de Indonesia (por la cultura musulmana), de Asia (por la vida callejera) y de Medio Oriente (por la cultura árabe).Caminamos por la Medina hasta que empezó a hacer frío, era invierno y cuando baja el sol el frío se siente mucho (Marruecos es un país frío con un sol fuerte, aunque me dijeron que en verano no se puede estar afuera por el calor que hace). Subimos y bajamos escaleras, nos perdimos por el laberinto de callecitas angostas, nos cruzamos con gallos y gatos, con chicos jugando al fútbol, con hombres vestidos con su djellaba (una túnica típica con capucha), con mujeres, sus velos y sus vestimentas largas. Las mujeres y las chicas nos sonreían. Los hombres me miraron con curiosidad (algunos con demasiada curiosidad, hasta que lo vieron a mi papá cerca y desistieron). Algunos aceptaron posar para las fotos y otros se negaron rotundamente (las reacciones son bastante extremas: o les encanta que les saques fotos o se enojan si ven una cámara). Muchas personas nos hablaron en la calle: “¡EEEh! ¡Españoles!”, “No, argentinos”, “¡Ohh, argentinos! ¡Maradona! ¡Che! ¡Messi!”. Varios quisieron vendernos cosas pero no fueron muy insistentes.Volvimos a España a eso de las 8 pm y me pasó algo que hacía tiempo no me pasaba: me quedé profundamente dormida a las 9 de la noche, levanté la cabeza a eso de las 11 pero no pude moverme, tenía una somnolencia demasiado fuerte así que seguí de largo hasta las 9 de la mañana siguiente. Dormí más de 12 horas, agotada de tantos estímulos, como si cada uno de mis sentidos necesitara horas extra de descanso para recuperarse de todo lo que había visto, olido, escuchado y vivido durante mi excursión a Marruecos.

domingo, 23 de agosto de 2015

Mi Ciudad Ideal... Barcelona

Tengo un problema con Barcelona: me gusta demasiado. Y cuando algo me gusta demasiado, me cuesta escribir al respecto porque pierdo completamente la objetividad. Cuando un lugar me atrapa no soy capaz de distanciarme y mirarlo de lejos sino que me meto tan adentro que me cuesta hablar de él. Y así estoy ahora, hace una semana pensando que contar acerca de Barcelona e incapaz de escribir sobre ella.
Podría contarles que caminé por el barrio de Gracia, visité el Parque Guell (uno de los lugares más mágicos de la ciudad), subí a Montjuic y casi voy a ver un partido del Barca (pero después me dio fiaca y me acordé de que el fútbol me aburre bastante). Podría hablarles acerca de los precios de la ciudad, que los menúes no bajan de los 8 euros, que lo más barato es comerse un kebab o un bocadillo por 3 euros, que el metro cuesta 1.45 euros, que entrar a los museos y a las obras de Gaudí puede destruir el presupuesto de cualquier viajero low cost, podría hacer una reseña de la Fundación Miró, podría sugerirles que visiten el bar de Manu Chao, podría explicarles cómo llegar a la Plaza Real y dónde comprar ropa en oferta… ¿Pero les estaría diciendo algo acerca de la esencia de Barcelona? Es justamente la esencia de esta ciudad lo que me atrapa, pero cuando tengo que definirla o describirla, no me sale nada, quedo horas frente a la computadora sin poder escribir una palabra.
Muchas veces me preguntaron si, al viajar, tengo días muertos, días en los que no me pasa nada interesante, días en los que no hago nada, días en los que me tomo todo con tranquilidad, días en los que no me inspiro. Días de inacción, por así decirlo. Sí, esos días son parte de los viajes largos. Cuando hacemos un viaje por un tiempo determinado nos enfrentamos a los lugares con la urgencia de saber que en poco tiempo la travesía se termina. Queremos ver todo, condensar las experiencias, aprovechar el poco tiempo que tenemos. Esa es una de las cosas que me gusta de los viajes con fecha de vencimiento: que, por unos días, vivimos en otra realidad con otras reglas y lo hacemos con intensidad, sabiendo que dentro de poco volveremos a la rutina de siempre. Cuando hacemos un viaje largo, sin un final previsto, el viajar se convierte en “vivir” y, por lo menos en mi caso, hay días en los que me bajoneo, hay días en los que me planteo muchas cosas y hay días en los que no hago nada productivo. Son días en los que, más que “viajar”, me dedico a vivir. Y eso es justamente lo que no me paso con Barcelona ya cuando la conocí sabía cuando iba a llegar y cuando iba a irme, pero sin embargo sentí que estaba viviendo la ciudad, que la estaba conociendo de a poco, que estaba tratando de descifrar qué es lo que me hacía y hace estar así de encantada con ella. Será su multiculturalidad, será que cada calle parece una obra de arte, serán sus laberintos, serán sus influencias africanas y árabes, será su música, será su vida callejera, será su mar, será su gente, será que siento que encajo bien. No lo sé, fui de a poco, viviendo el día a día con tranquilidad, y es por eso que me cuesta tanto escribir acerca de esta Ciudad Ideal.
Barcelona, la capital de Catalunya es una ciudad llena de vida. Si la visitas, la disfrutarás más en verano (de mayo a septiembre) ya que con el calor se puede hacer más vida de calle y se aprovechan mejor sus playas. No obstante, en invierno también tiene su gracia, sobre todo en diciembre y enero cuando sus calles se llenan de luces y de ambiente navideño. 

Ahí van 10 ideas de cosas que hacer en Barça:

1) La Plaça Catalunya y les Rambles

No puedes decir que has estado en Barcelona si no has paseado por la mítica calle de las Ramblas. Esta calle empieza en la Plaça Catalunya, la más importante de la ciudad, y baja hasta el monumento de Colón, cerca del mar. A ambos lados de la calle queda el barrio antiguo de Barcelona, Ciutat Vella. Una de las atracciones favoritas para los turistas en las ramblas son las estatuas humanas, artistas que con disfraces extremadamente elaborados entretienen a los paseantes todos los días. También encontrarás tiendas de flores, kioskos, bares, restaurantes y muchos carteristas! Nadie les robará agresivamente pero cada día desaparecen carteras de turistas. Les recomiendo parar al bar Viena (al comienzo de la calle desde plaza Catalunya) y probar el bocadillo de jamón serrano!

2) El Mercat de la Boqueria y la Plaça Real

Encontraras el Mercat de la Boqueria en la misma calle de las Ramblas. Es un mercado de frutas y verduras que poco a poco se ha ido convirtiendo en una atracción turística pero eso no ha evitado a las abuelitas seguir comprando allí como siempre. Es el mercado más grande de Catalunya y ofrece tanto productos locales como exóticos. La Plaça Real es una plaza de forma trapezoidal con una fuente en el medio. Está algo escondida al lado de las ramblas y es perfecta para salir de noche. Hay varios pubs interesantes!

3) Ciutat Vellael Gòtic y el Raval

Ciutat Vella es el barrio antiguo de la ciudad y una de las razones por las que me encanta Barcelona. Las Ramblas cruzan este barrio y lo dividen en dos partes: el Gótico y el Raval. El Gótico (a la derecha bajando por las ramblas) es algo más turístico. Está formado por callejuelas que pueden parecer un laberinto. Es casi obligatorio perderse por estas calles al menos una vez en la vida. Si lo haces quizás termines encontrando la Plaça del Rei una pequeña plaza que les transportará a la Edad Media. ¡No ha cambiado nada desde entonces! En la otra parte del barrio, el Raval, viven muchos de los inmigrantes de la ciudad (sobre todo indios y paquistaníes). Es un barrio no tan cuidado como el gótico donde encontraras muchos bares y restaurantes interesantes y a buen precio.

4) Las playas

Barcelona cuenta con nueve playas. Son muy accesibles y se puede llegar tanto caminando como en el metro. Todas tienen servicios y suelen estar limpias. La más famosa es quizás la que está junto a los dos pequeños rascacielos de Barcelona, la platja de la Barceloneta. Enfrente de la playa hay varios buenos restaurantes donde comer una paella. De todas formas, si quieren buenas playas de verdad tienen a la costa brava, a una hora en auto hacia el norte de Barcelona.

5) El Parc de la Ciutadella

Es un parque bastante grande situado a 15 minutos andando desde el monumento de Colón. Hay bastante vegetación y un lago en el medio donde pueden alquilar la típica barquita. Es un sitio genial donde pasar las tardes y sobre todo los domingos, cuando cientos de jóvenes y no tan jóvenes se reúnen para hacer malabares. Allí también encontraran, además del Zoo de Barcelona, el Palau del Parlament de Catalunya.

6) Montjuïc

Montjuïc es el pequeño monte de 184 m. delante del mar que se ve desde cualquier punto de la ciudad. Debe su nombre a los judíos que enterraban allí a sus muertos. Es un parque muy grande perfecto para explorar durante toda una mañana y llegar arriba del todo desde donde tendrán muy buenas vistas de la ciudad, sobre todo desde el castillo que hay en la cima.

7) El Barri de Gràcia

Este pequeño y antiguo barrio fue un pueblo antes de unirse completamente a Barcelona. Hoy en día es un lugar perfecto para salir a tomar unas copas con el ambiente quizás más auténtico de Catalunya. Allí encontraran bares de copas con banderas independentistas al lado de kebabs de paquistaníes.

8) El Tibidabo


El monte del Tibidabo queda detrás de la ciudad separándola del resto de la provincia. Esta montaña de 516 metros tiene en su cima un pequeño parque de atracciones y una iglesia desde la que tendran las mejores vistas de la ciudad. ¡Vale mucho la pena subir en un día soleado!

9) La Sagrada Família y el Parc Güell


¿Ya conocen a Antoni Gaudí? Si es que no, lo vas a conocer pronto en Barcelona. Gaudí ha sido el arquitecto más famoso de la ciudad y la mayoría de edificios emblemáticos fueron diseñados por él. Como por ejemplo, la Sagrada Familia, una catedral que empezó a construirse en 1881 y que se calcula que se terminará en el 2026. Esta catedral en construcción se ha convertido ya en el edificio más emblemático de Barcelona. Otra atracción turística diseñada por Gaudí es el Parc Güell. Un gran jardín que se construyó entre el 1900 y el 1914 en el que verán muchos detalles de la arquitectura modernista del admirado arquitecto.


10) El Camp Nou

Sabiendo que la mayoría de los lectores de Una Vida en Maletas son argentinos, no hace falta hablar mucho del estadio del Barça, puesto que en uno de los países en el que se juega el mejor fútbol, ya lo conocen de sobras. Solo decir que es el más grande de Europa con capacidad para casi 100.000 personas y que lo pueden visitar aunque no haya ningún partido. Por cierto, a los aficionados del Barcelona se los conoce como culés porque en el antiguo estadio del equipo, las gradas eran bastante sencillas y se veía el culo y la espalda de todos los aficionados cuando estaban sentados. Culo en catalán es cul y de aquí, culés.

Ahora para terminar con el posteo de hoy les dejo un temita de mi querido Manu Chao

viernes, 14 de agosto de 2015

Gira mágica y misteriosa por Liverpool

Liverpool is the centre of the consciousness of the human universe. 
(Liverpool es el centro de la conciencia del universo humano)
Allen Ginsberg (poeta estadounidense), 1965.


“¿Para qué vas a ir a Liverpool?”, me preguntaron en uno de mis viajes por Reino Unido con cara de ¿hace falta dejar Londres para ir a una ciudad en la que no hay nada? Es que no puedo estar en Inglaterra y no ir a Liverpool. Ya sé! Los Beatles ya no están ahí, todo lo que voy a encontrar va a ser el post-marketing de una banda que ya no existe en la vida real, no me voy a cruzar ni con Paul ni con Ringo ni con sus familiares o ex novias, no va a ser más que una ciudad que alguna vez fue la cuna de mis artistas preferidos. Pero no puedo no ir. Uno de los mandamientos Beatles es irás a Liverpool al menos una vez en tu vida. Así que entendeme, Liverpool me espera desde que nací.
Mentiría si digo que no fui con expectativas. Fui con todas las expectativas del mundo. No tanto de ver o hacer o encontrar algo en particular, sino de estar en el mismo espacio físico que alguna vez estuvieron ellos. Porque si los Beatles surgieron en Liverpool fue por algo, no surgieron en Buenos Aires ni en Tokio, sino en esa ciudad industrial inglesa que fue el lugar justo en el momento indicado. Porque en realidad no es que Los Beatles nacieron en Liverpool, Liverpool (al menos para mí) nació en Los Beatles.
Era mi segunda vez en Reino Unido, pero en relación con la primera ahora me encontraba en Oxford donde me radicaría por dos meses realizando un curso intensivo de inglés junto a unas amigas, por eso al llegar el fin de semana armábamos nuestras mochilas y nos íbamos en busca de otras ciudades inglesas. Ese fin de semana le toco a Liverpool, si bien de mi grupo yo era la más fanática del mundo Beatle a mis amigas también les entusiasmaba mucho la idea de experimentar otra gente, otra ciudad en fin otro climax.
Y fue así... ese viernes a la tarde ni bien terminamos la cursada nos tomamos un coach bus y en casi seis horas llegamos a destino, bordeando las afueras las afueras de la ciudad, pasamos por una zona de fábricas, espacios abiertos y casas puestas en fila como fichas de dominó. Mientras el coach nos contaba que era una ciudad la cual tuvo muchos problemas sociales y de desempleo, pero hace un tiempo que estaba mejorando. Que no tenía nada que ver con Londres, y que lo que lo motivaba a vivir allí era por el hecho de sentirla una ciudad más real y su gran movida cultural. - "La gente no quiere quedar bien con nadie, pero a la vez es amigable. Ya van a ver”. Nos dijo.
Seguimos nuestro recorrido, y al escuchar la próxima parada no pude evitar una mezcla entre emoción y escalofríos en mi cuerpo, pasaríamos por la casa que lo vió nacer y donde paso sus primeros años de vida John Lennon, con todo lo que eso implica y lo que él implica en mí. Allí estaba algunos metros más, una casa gris con tejas marrones con fanáticos, turistas, niños a su alrededor tomando fotos.
Después de sacar unas 20 fotos de todos los ángulos posibles de aquella casa, la segunda parada fue The Cavern (nota: The Cavern es el bar donde tocaron Los Beatles durante sus inicios y donde fueron descubiertos por Brian Epstein, quien luego sería su manager). Ahora sí, comenzaríamos la gira mágica y misteriosa por Liverpool! 
Cuando llegamos al centro nos recibió una gaviota. Cierto que esta es una ciudad portuaria, pensé, y ya me cayó bien la gaviota. A primera vista, me pareció una ciudad muy poco pretenciosa, y eso me gustó. Fuimos derecho a Matthew Street, lo que debe ser la calle más comercial de la ciudad pero por una buena razón, ahí está ubicado The Cavern. Y cuando me encontré cara a cara con la escalera que bajaba al club donde tantas veces tocaron los Beatles sentí una emoción que hacía tiempo no sentía por nada. Bajé saltando, sonriendo, temblando y me encontré con ese escenario de techo redondo tan reconocible, que vi tantas veces en fotos y en videos en blanco y negro. Había un hombre tocando temas de los Beatles (obvio). The Cavern tiene música en vivo todos los días casi a toda hora. Si son fans de los Beatles vayan a The Cavern (segundo mandamiento Beatle: entrarás a The Cavern y te quedarás escuchando a la banda que esté tocando). Mi visita a Liverpool valió la pena solo por ese momento, pero todavía faltaban más cosas.
Salí a la calle y entré al primer Beatle shop que vi. Bueno, acá es donde pierdo todo tipo de razón y me vuelvo una potencial compradora compulsiva de cosas que no me van a servir pero sin las que no sé cómo viví estos años. El lugar era una sobredosis de estímulos: Ahhhh! Un vestido con dibujos de Yellow Submarine. Ahh! Cajitas de lata con las tapas de los discos. Ahhh! Fotos de la época. AAAHHH! Muñequitos delantales valijitas botas imanes libros remeras tasas cajas más muñequitos tantas cosaaaas. Agarré, toqué, sacudí, miré, fotografíe, me probé todo lo que pude y compre obvio! 
Me puse a charlar con el vendedor. Me contó que trabajaba ahí desde 1985, es decir que hace casi 30 años que escucha a los Beatles todos los días. It’s just background noise now. A few months after working here I sold all my Beatles records, I don’t want to listen to them at home. I don’t have any Beatles stuff, they were never my favourite band. (Son sólo ruido de fondo para mí. Unos meses después de empezar a trabajar acá vendí todos mis discos, no quería escucharlos más en casa. No tengo nada de los Beatles, nunca fueron mi banda preferida.) Y sí, cualquier cosa en exceso termina saturando, supongo. Yo no sé si soportaría 30 años escuchando la misma música en repeat (por más que sean Los Beatles). Aunque a la vez se me vino la frase de la película El secreto de sus ojos: “Podes cambiar de vida, de casa, de novia, de familia o religión. Pero hay una cosa de la que nadie puede cambiar: de pasión”. Habría que ver qué pasa después de 10 950 días escuchando las mismas canciones.
Unas horas más tarde, luego de caminar un poco por el centro con mis amigas decidimos explorar un poco más la ciudad ya que el coach nos había dado piedra libre para hacer lo que quisieramos hasta la hora de vuelta a Oxford. Entonces busqué Strawberry Field en el mapa y seguí las indicaciones. ¿Qué es Strawberry Field? Además de una de las canciones más conocidas de los Beatles ("Strawberry Fields Forever"). Strawberry Field era un hogar de niños del Ejército de Salvación, ubicado en uno de los suburbios de Liverpool, muy cerca de la casa de John Lennon. Parece que de chico, John jugaba con sus amigos en el parque detrás del edificio, e iba todos los veranos a la fiesta que organizaba el Ejército de Salvación en el jardín del lugar. De esas memorias surgió la canción. Strawberry Field cerró en el 2005 y hoy quedan las réplicas de las rejas de entrada.
De ahí nos fuimos caminando hasta Penny Lane (sí, esa, la de la canción). En alguna parte del trayecto pasamos por al lado de una cancha de fútbol donde un montón de pibes jugaban un partido. Si hay algo que me causa gracia (y me encanta) es el acento de los scouser (así se le dice a la gente de Liverpool). Si escucharon a cualquiera de los Beatles hablar, ya lo conocen, y sino tengan en cuenta esto: se escribe Liverpool pero se pronuncia algo así como “livapu”. Y llegamos a Penny Lane, debe ser, junto con Abbey Road, una de las calles más famosas del mundo, pero lo que me gustó es que no había nadie cruzando el paso de cebra ni haciendo fila para sacar una foto. Era una calle común y corriente. La caminamos de punta a punta.
Seguimos caminamos hasta la esquina, y nos encontramos con un policía vestido de naranja que estaba cortando el (poco) tráfico y él solo me empezó a hablar (y si mi apariencia turística junto con mi cara de no se para donde seguir le fue muy obvia). Me preguntó si estaba buscando algo en particular, le dije que estábamos haciendo un walking tour independiente de los Beatles. Me hizo señas de que me pusiera al lado de él (en medio de la calle, mientras cortaba el tráfico), extendió el brazo y empezó a señalar: - "So you see there, that’s the shelter in the middle of a roundabout. Down the road there’s St Barnabas Church, where Paul McCartney sung as a choir boy and then stood as best man when his brother got married. And that way, you already saw, is where John Lennon went to school". (Ves allá, ese es el refugio en el medio de la rotonda - nota: en inglés, esas son las palabras exactas que aparecen en el tema Penny Lane. Más allá está la iglesia St Barnabas, donde Paul McCartney cantó en el coro juvenil y luego fue padrino en el casamiento de su hermano. Y allá, de donde venís, está el colegio al que fue John Lennon).
Y agregó: - "Paul and John used to meet at the bus stop here to go together to the center of the town. But you won’t find the Beatles here anymore!" (Paul y John se encontraban en la parada del bus para ir al centro de la ciudad. ¡Pero ya no vas a encontrar a los Beatles acá!) . No. Pero puedo seguir escuchando sus letras, y esta vez en el lugar donde surgieron…
Nuestra cuarta y ultima parada, fue la visita al museo Beatle’s Story, donde hay réplicas a tamaño real de The Cavern, el estudio de grabación de Imagine, el submarino amarillo, la tapa de Sgt. Pepper, entre otras cosas, Liverpool me gustó mucho. Me pareció una ciudad bien inglesa, real, con mucho arte y gente amable. 
Dedicamos nuestras últimas horas a caminar por el centro y alrededores. Fuimos al puerto, al museo y en general deambulamos por ahí. Me llamó la atención que había grupos de gente muy bien vestida (como si estuvieran yendo a una fiesta de casamiento), y después me enteré que estaban yendo a ver las carreras de caballos (un deporte, para ellos, tan importante como el fútbol). Hasta que se hizo la hora de encontrarnos con el coach tour para dar la vuelta. Pero bueno, como todos sabemos todo lo que empieza, también termina y Oxford nos esperaba de nuevo junto con otro fin de semana al que planearle otro destino, donde iríamos? Prefiero reservármelo para otro posteo de Una Vida En Maletas. 
Esta historia continuará...

jueves, 13 de agosto de 2015

Saudade de Lisboa

Siempre quise conocer Lisboa. No sé por qué, era uno de esos lugares que me atraía sin una razón específica, tal vez por algo tan simple como la musicalidad de su nombre (“Lishboa”, me encanta cómo suena) o simplemente por el mero hecho de existir yo sentía que ella estaba ahí, esperándome. En el caso de Lisboa, sentía (o presentía) que era una ciudad que generaba saudade incluso antes de conocerla. Saudade es ese sentimiento de extrañamiento, de melancolía, que ocurre cuando uno se separa de algo/alguien amado y siente la necesidad de volver a verlo. El escritor portugués Manuel de Melo decía que es “un bien que se padece y un mal que se disfruta”. Como una tristeza feliz. Y yo sentía que Lisboa iba a ser algo así, como lasaudade hecha ciudad.
Llegamos a Lisboa luego de haber estado unos días en las playas de Portimao en Albufeira, entonces se nos ocurrió que para poder disfrutar de las vistas a lo largo de nuestra travesía hasta el destino siguiente lo mejor era alquilar un auto y así fue, viajamos a lo largo de las rutas del país portugués divisando unas espléndidas vistas que viajando por otro medio nunca hubiera disfrutado.
Yo iba con una lista escrita en mi libreta (una costumbre que llevo desde que viajar se me hizo un estilo de vida es anotar todo, yo lo llamo mi diario de ruta), una lista que había ido construyendo los días previos. “Lisboa: Cosas para hacer. Caminar por Mouraria y Alfama, los antiguos barrios árabes. Comer pastel de nata en Belém. Subir a Barrio Alto. Ir al mirador en Príncipe Real. Visitar el castillo. Buscar las estatuas del Marquez de Pombal. Mirar a los artistas callejeros en Baixa. Caminar la Avenida Liberdade de punta a punta. Sentir la multiculturalidad en Martin Moniz, el barrio de inmigrantes. Visitar la estación de tren de Rossio. Ir a la casa museo de Pessoa. Comprar el libro Viaje a Portugal de Saramago”. También iba con ciertas imágenes en mi cabeza, con retazos de una Lisboa que había visto solamente en postales y había oído simplemente en historias. Quería encontrarme gatos en las ventanas, mujeres mirando la vida pasar desde su balcón, músicos callejeros, callecitas empedradas en subida, tranvías amarillos, paredes despintadas, mosaicos y restos del pasado árabe.
Cuando uno viaja por tierra, la relación con las ciudades capitales es otra. Generalmente los vuelos internacionales aterrizan en la capital del país de destino, entonces no queda otra que empezar el viaje por la gran ciudad. Cuando uno va por tierra, en cambio, no tiene por qué empezar a conocer el país por su capital, sino que la ruta se arma de otra manera, los recorridos no son impuestos sino intuitivos. Y cuando es así, hay que esperar a que la capital nos llame, es ella la que nos tiene que decir “llegó la hora de venir”. Hay viajeros a los que no les gustan las capitales: a mí me encantan. Siento que condensan como ningún otro lugar la idiosincracia del país, con todo lo bueno y todo lo malo que lo caracteriza. Son como la exacerbación del modo de ser de una nación. Me encantan los pueblos también, pero creo que hay que conocer ambas caras (grandes ciudades y pueblos) para poder comenzar a entender a un país. Llegar a una ciudad nueva me genera esa sensación (excitante y desesperante a la vez) de que los días no me van a alcanzar para ver todo lo que quiero. Lo bueno de eso es que siempre quedan excusas para volver a visitarlas. Cuando llegue ese domingo por la tarde a Lisboa pensé, esta ciudad es el escenario perfecto para una película de Woody Allen. ¿Cómo es posible que todavía no haya filmado nada acá?.
Al día siguiente salimos a caminar, a perdernos por sus callecitas en diagonal. Cabe destacar que lo mágico de Lisboa son sus calles en las cuales parecen hechas para jugar a las escondidas, de una calle salen otras tres y así todo el tiempo. Y pasó eso que pasa de vez en cuando, cuando los planetas se alinean, todo parecía estar mágicamente vacío, como si la ciudad estuviese existiendo solamente para nosotros. Caminamos, caminamos, caminamos todo el día. Subimos, bajamos, tomamos una y otra curva, frenamos a descansar en algún banquito, usamos escaleras, dimos vueltas por ahí. Y Lisboa seguía siendo nuestra, vacía, silenciosa, tan antigua y tan romántica. Por momentos me recordaba a un lugar en el que nunca estuve pero al que siempre quise volver. 
Lisboa no puede ocultar su edad, es una de las ciudades más antiguas del mundo (es la más antigua de Europa Occidental) y toda su historia está impregnada en sus paredes. Algunos dicen que Lisboa es de origen griego, otros dicen que es de origen fenicio. Su nombre en latín era Ulyssippo y, según la mitología, los griegos se referían a ella como Olissipo, un nombre que derivaba de Ulises (a quien conocían como Odiseo), ya que creían que la ciudad había sido fundada por Ulises tras huir de Troya. Alrededor del siglo 2 AC el territorio pasó a formar parte de Lusitania, una provincia del Imperio Romano, y su nombre mutó a Felicitas Julia. Siglos más tarde (DC), durante las Invasiones Bárbaras, la ciudad fue ocupada por distintas tribus y, en el 585, recibió el nombre UlishbonaEn el 711 la ciudad fue ocupada por fuerzas árabes del norte de África y del Cercano Oriente, y esta es la parte de la historia que más me fascina, siento una gran atracción (inexplicable) hacia todo lo árabe (su arquitectura, su idioma, su caligrafía, su arte, su literatura, su comida, sus mercados, sus leyendas) y me encanta llegar a lugares donde puedo ver las huellas árabes que dejaron los hechos históricos.
Lisboa pasó a llamarse al-ʾIšbūnah. Los musulmanes construyeron mezquitas, casas y muros, el árabe se impuso como idioma oficial y el Islam como religión, aunque cristianos y judíos podían mantener sus creencias. Luego de este paréntesis árabe, la historia siguió. Lisboa sufrió invasiones vikingas, fue reconquistada por los católicos en 1147 durante las Cruzadas, se convirtió en capital de Portugal en 1255, vivió una guerra civil, fue el punto de partida de las expediciones portuguesas a América, fue un punto de comercio estratégico y puerto de esclavos, formó parte de la Monarquía Hispánica de Felipe II y obtuvo su independencia (junto con Portugal) en 1640. En 1755 un terremoto mató a entre 60.000 y 100.000 personas; tras el desastre, la ciudad fue reconstruida por el Marqués de Pombal, quien en vez de recuperar la ciudad medieval decidió destruir lo que había sobrevivido al terremoto y reconstruyó la ciudad siguiendo las normas urbanísticas de la época.
Caminar por lugares donde hay tanta historia concentrada me produce respeto y en esos momentos quisiera tener una máquina del tiempo para poder trasladarme a cada época y ver y entender cuáles eran los deseos, las pasiones, las vivencias, los sentimientos de la gente que caminaba por esas calles y habitaba ese espacio. Los días que vinieron, caminamos, tomamos el tranvía, comimos pastel de nata, dispare fotos sin pensarlas demasiado y sin darle importancia a lo técnico. Habíamos decidido quedarnos en Lisboa unos días más de los planeados, pero la lluvia no nos dejó hacer demasiado. Llovió dos días seguidos, llovió tanto que mis zapatillas eran piletas de natación, llovió tanto que se me mojó todo lo que llevaba en la mochila, llovió tanto que cambie de paraguas dos veces y además compramos otro, llovió tanto que no pudimos ver todo lo que queríamos ver. Y Lisboa nos despidió así, en ese estado lluvioso, gris, melancólico pero real. Real porque la lluvia fue algo que cayó, que existió, que pude sentir, y no algo que escuché en un noticiero o que vi en una foto. Fue la despedida adecuada de una ciudad que me ayudó a conectarme con otra época e historiaY ahora sé que hasta que no vuelva a visitarla seguiré teniendo saudade de ella. Pero no me queda otra que esperar, y eso es lo lindo de la vida analógica: que la espera también se disfruta.



lunes, 10 de agosto de 2015

Siempre nos quedará París

París no es como me la imaginaba, y es difícil no imaginarse cosas de París: la torre Eiffel, los cafés y croissants, las callecitas empedradas, los gatos en los techos, artistas callejeros, franceses andando en motitos con baguettes bajo el brazo, romanticismo por todas partes, escritores en los bares, música saliendo de las ventanas, la bohemia, la noche… La capital francesa debe ser una de las ciudades más representadas por el cine, la fotografía, la literatura, la poesía y la música, y por ende, una de las más metidas en la cabeza de cualquiera que esté en contacto con estas expresiones artísticas. Pero ningún lugar es tal como lo pintan, al menos no para mí.
Viajé a París directo de Colonia, Alemania en el tren de alta velocidad en casi menos de seis horas de una modernidad y puntualidad un poco apabullante para una chica que no está acostumbrada a que todo funcione tan bien.
Dos horas y media antes de llegar, dijeron por el altoparlante: “Señores pasajeros, el tren se dirige a París sin escalas”, y fue difícil no sonreír: Volvería por segunda vez a la ciudad luz. Mientras tanto, mi compañero de asiento (francés) le dibujaba un bigote a la modelo de una revista. ¿Por qué tenemos ese afán de poner bigotes en todas partes? El tren llegó híper puntual a la estación Gare du Nord y recién cuando estuve ahí, me di cuenta de que me esperaba un panorama muy distinto al que me había imaginado y con el que me había encontrado la primera vez que caí en esa ciudad algunos años atrás.
Cuando por fin recuperé algunas horas de descanso salí a caminar y ahí empezaron a pasar cosas.Tantas, que no sé ni cómo ordenarlas. Así que estas son las primerísimas primeras impresiones de mis pocos días en una ciudad que me parece será imposible conocer del todo en una sola vida.
París no es como me la imaginaba: es más grande. (Quienes viven acá hace tiempo dicen que es chica, pero para mí todo es relativo y cada cual ve las cosas según sus expectativas y parámetros). Caminar de un punto a otro del mapa no es tan rápido (ni tan fácil) como en, por ejemplo, Barcelona (ya sé, no soy parcial, amo Barcelona por siempre). Me la paso caminando y me la paso perdida hasta en Buenos Aires pero creo que de eso se trata de perderse y dejarse encontrar, pero en Paris las calles no son rectas sino más bien laberínticas y nunca tengo idea para qué lado está el río. 
París es muy callejera, hay gente por todas partes, o por lo menos a mí me tocó verla así, porque apenas llegué salió el sol y la gente tomó las plazas para hacer picnics y todos los espacios públicos para sentarse a leer, fumar o charlar. A eso hay que sumarle los turistas, que siempre están en stock o esperando en el banco de suplentes para salir y reemplazar a los que se van (suelen agruparse en zonas específicas como la base de la Torre Eiffel, el Louvre, el barrio latino y ciertos puentes del Sena). Todavía era invierno y el cielo parisino, el que yo conocía hasta ahora, era bien celeste.
París tiene una paleta de colores bastante homogénea, la ciudad es marrón, las construcciones son marrones, el río es marrón, la torre Eiffel es marrón, los puentes son marrones, los árboles siguen marrones. Vista desde arriba, es más bien azul (por sus techos). Lo que no quiere decir que no haya color: lo hay, pero se lo da la ropa de los que la transitan, la decoración de los cafés, las flores, los graffitis, las lucecitas colgadas, la gente en sí.
En París pasa de todo a todo momento, hay una sobredosis de información, de estímulos, de cosas para ver, hacer, probar, visitar, comer, conocer. Tengo una lista interminable de lugares. Pero creo que, hasta ahora, lo que más me gusta de París son todas las cosas que uno puede encontrarse por la calle si se dedica a caminar sin demasiado rumbo (los franceses le dicen flâner: pasear para disfrutar de la ciudad, para vivirla).
Una mañana se me ocurrió ir a pasear al cementerio de Père Lachaise (el cual acá también es un atractivo turístico)  para visitar las tumbas de Jim Morrison, Edith Piaf y Oscar Wilde, entre otros. Caminé tranquila, siguiendo un mapa, con el cual me recibieron el día que llegue donde me iba a hospedar, disfrutando del día . Estar frente a las tumbas de famosos no me generó demasiado: esas personas no están ahí sino en sus creaciones, en su arte, en su música, en sus libros. Después de pasar más de una hora dando vueltas, salir al mundo y ver todo tan vivo fue un poco abrumador. Seguí caminando, no tengo idea por dónde, y me encontré con esta declaración: l’amour est mort (“el amor está muerto”). ¿Te parece? Yo creo que está tan vivo como siempre. Con esa frase resonando en la cabeza seguí caminando y llegué a Les Halles. Me paré frente a la vidriera de una pâtisserie y me puse a mirar los animalitos de chocolate. Desde el otro lado de la vidriera, el chico que atendía me hizo señas de que entrara al local: “Welcome to Paris madame, where are you from?”. Le pregunté de qué sabor eran los macarons y le pedí uno de chocolate y otro de frambuesa. Me dijo: “Ok, one chocolat, one framboise, one pistacchio, one rose”, y puso cuatro en la bolsita. Le dije, por las dudas: “Just two…” (solo dos), y me respondió: “Yes, two from you, two from me” (“Dos de tu parte, dos de mi parte”). Mientras me cobraba me preguntó cómo me llamaba y yo me reí pensando esto es demasiado, seguro que se lo hace a todas y salí sonriendo. Tal vez por algo París tiene tantos clichés de amor a su alrededor.
 Si caminás por París sin rumbo podés encontrarte librerías, tienditas de cosas lindas, panaderías, artistas callejeros y un montón de cafés con las mesas orientadas hacia el mismo lado: vas a ver que los parisinos se sientan mirando hacia la calle y no mirándose entre ellos. Es que (y me lo dijo una parisina) mirar a la gente es uno de los pasatiempos favoritos de la ciudad. También si seguís caminando vas a encontrarte, quieras o no, con la Torre Eiffel y puede que te pase como a mí y pienses: ah, ahí está la Torre, ya la vi tantas veces… ¿será la real? Tal vez si no fuese tan parte de la cultura popular mundial, mi reacción al verla hubiese sido oh por dios qué es esa belleza, pero ya la tengo tan sabida de memoria que por un momento creí que estaba viendo una postal que alguien me había traído desde Francia. Tal vez no entienda nada de nada, puede ser. Pero para concluir con mi visita por la ciudad sede de la Belle Epoque lo que puedo decir es que si caminás por París llega un momento en el que te das cuenta de que por más que la camines y la camines siempre va a haber algo más para ver. Cada cinco o diez minutos, además, te encontrás con una escalera que te invita a bajar: es la entrada a una de las 303 estaciones del metro. Y cuando empezás a pensar que ya era suficiente con la París de arriba vas a ver que hay otra París que se despliega bajo tierra, y en ese mundo subterráneo también pasa de todo.